En sintonía con los planes de estudios de las carreras propias del Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales (IAPCS) de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), cuyos contenidos “comienzan” desde la configuración del sistema mundo capitalista, y el desarrollo de las fuerzas productivas occidentales, proponemos el inicio de la edad moderna como el punto de partida para nuestro análisis. En consecuencia, para visualizar el recorrido histórico del concepto de desarrollo, nos remitimos a los procesos de industrialización y urbanización, iniciados con el periodo de la modernidad.
Para comenzar, previo al desembarco europeo en América, existía una manera sencilla de las comunidades que, con su labor, resolvían y mantenían las condiciones para la reproducción propia y la de su entorno. Martínez (2004), define esto como la “búsqueda del ser humano de mejores condiciones de vida”.
Ahora bien, posterior al año 1492, inicia lo que denominamos “orígenes del capitalismo”. Desde este momento, comienza a instalarse la idea de progreso infinito, avance ilimitado de la tecnología y la necesidad de consumo y de cambio permanente. Asimismo, Valcárcel (2006) argumenta que, con la ilustración, ocurre la primera mirada occidental.
Durante
este período, es cuando surge el Estado nación, como soporte institucional y
jurídico. Del mismo modo, las ciencias sociales y la economía nacen dentro de ese marco, como
también, las teorías del desarrollo. En
virtud de ello, intentaremos situar “los” conceptos de desarrollo, entendidos como resultados históricos del ser humano, de
sus instituciones y sus contextos.
Desde esta perspectiva, con las guerras coloniales se impulsaron los procesos de transformación que dieron lugar al ideario de progreso.
Posteriormente, las condiciones científicas, tecnológicas y comerciales, nacidas específicamente para la producción, fueron quienes “moldearon” los procesos sociales. Las ideas mercantilistas y liberales, derivadas de estos acontecimientos, dieron como resultado una cultura universalista, donde desarrollo e industrialización, estaban asociados. Es decir, para el ideario de la modernidad, los países desarrollados eran aquellos que tenían industrias, desencadenando el capitalismo y las bases del mundo moderno.
Como consecuencia, los procesos económico-productivos eran fortalecidos, por encima de los factores sociales y políticos. El mayor consumo y producción, en un libre mercado, significaba mayor bienestar. En efecto, la aplicación de estos lineamientos occidentales, dieron lugar al modelo “eurocentrista” y singular de desarrollo, con la pretensión de ser válido para todo tiempo y lugar. Orgulloso Martínez (2004), sintetiza esta propuesta como el “desarrollo de las cosas y no de las personas”.Ahora bien, interpelar esta visión capitalista del desarrollo requiere, por un lado, dar lugar a las “revoluciones socialistas”, con su impacto en la generación de otros enfoques sobre el desarrollo. Por el otro, considerar la maximización del beneficio social, situando el “desarrollo de lo humano” como el centro. En palabras de Orgulloso Martínez (2004), romper con las carencias de un modelo universalista, orientado a maximizar beneficios económicos, donde el Estado nación no ha sido más que un marco jurídico. Así, el surgimiento de modelos alternativos, como el socialista, propuso proyectos de gobierno con las políticas públicas como bisagras entre lo económico y lo social, posicionando al Estado como un actor decisivo de la economía, y en las relaciones de poder y sociales. Estas cuestiones, adquirieron mayor relevancia durante la primera guerra mundial y, fundamentalmente, luego del “crack” del año 1929, cuando las respuestas keynesianas, a la gran crisis, dominaron la escena.
Como antecedente, señala Boisier (2001), la Carta del Atlántico firmada en 1941, por Churchill y Roosevelt, expresaba que el único fundamento cierto de la paz reside en que todos los hombres libres del mundo puedan disfrutar de seguridad económica y social. Por lo tanto, se comprometieron a buscar cierto orden mundial, para alcanzar tales objetivos, una vez finalizada la guerra.
En sintonía, los discursos de George Marshall (1947) y Harry Truman (1949), proclamaron al desarrollo como un concepto que, según Valcárcel (2006), sirvió para justificar una serie de “recomendaciones”. Las mismas, dieron lugar al dominio del “mito prometeico” norteamericano del desarrollo. Estas ideas, reflejan que las sociedades del “tercer mundo” dejaron de ser vistas como distintas e incomparables y fueron clasificadas en una única y progresiva “pista”, consideradas más o menos avanzadas, según los criterios de las naciones industrializadas de occidente. Simultáneamente, los nuevos lineamientos de la política exterior norteamericana, entre otras cuestiones, formalizaron un compromiso con el desarrollo de América Latina.El plan, basado en fortalecer y consolidar la ayuda técnica, hacia el sur del hemisferio, tenía la premisa que el desarrollo económico sería alcanzado con una mayor participación de América Latina en el comercio internacional. A su vez, proponía la entrada de capitales extranjeros, para fortalecer la economía de los países “más pobres”. Este hecho tuvo importancia, sobre todo, al momento de articular una propuesta económica para combatir los efectos de la pobreza, considerando a esta un foco de politización, o “amenaza”, capaz de inducir a los países más pobres para adherirse al bloque soviético.
En este marco, se respiraba un elevado, o falso, optimismo vinculado con la posibilidad de que muchos países, incluso los recientemente independizados de sus colonias, pudieran “marchar firmemente hacia el mentado desarrollo”. Por consiguiente, se explica la aparición del novedoso y “evolucionista” término “países en vías de desarrollo”.
Por lo tanto, la imagen que las sociedades capitalistas habían adquirido de sí mismas fue proyectada sobre el resto del mundo. Rememorando las palabras de Harry Truman, graficamos esta cuestión:
Para cerrar este “repaso de la historia”, destacamos el Plan Marshall, el acuerdo de Bretton Woods, la aparición del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), como acontecimientos significativos, cuya idea de desarrollo fue asociada, nuevamente, al aumento del ingreso, desplazando a las políticas del “New Deal”. Adicionalmente, la guerra fría y, en América Latina, la Alianza para el Progreso, fueron sucesos que también marcaron la época.
En ese contexto, es donde Prats (1999) nos invita a diferenciar la idea de desarrollo de la idea de la ayuda al desarrollo. Para el autor, la segunda no es sino uno de los aspectos de la primera. Argumenta que nunca se buscó que el desarrollo sea un efecto derivado de la ayuda al desarrollo, a veces mal llamada “cooperación para el desarrollo”.
En ese sentido, destaca que el desarrollo depende, fundamentalmente, de un esfuerzo endógeno acompañado de un entorno externo favorable y que a ambas cosas puede contribuir la cooperación internacional comercial, industrial, tecnológica, financiera, educativa y cultural, entre otras. También señala, que no resulta fácil la distinción entre la cooperación en interés mutuo, de aquello que supone la ayuda al desarrollo.